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El debate político en Perú: una lucha de egos, por José Ignacio Beteta

No queremos hablar con gente que realmente piensa diferente porque eso podría poner en juego nuestras propias posturas, ideas o hasta nuestra fama. Nada más egocéntrico.
Publicado 10:17 am, 26 Mayo, 2023

Hace poco intenté contactar a dos “líderes de opinión” con quienes ideológicamente tengo varios desencuentros, pero con quienes nunca había conversado. Los busqué. Quise comentarles un tema absolutamente técnico. Ambos se negaron a hablar conmigo insinuando acusaciones (ad hominem) sobre la “legitimidad” de mi trabajo… No me afecta. Pero en sencillo, no querían juntarse con alguien que pensaba distinto, o simplemente tenían flojera de disentir.

Pequeña anécdota pero clara. El debate político urbano (subrayo urbano, y en redes o medios digitales) en Perú se ha convertido en una lucha quirúrgica de egos y vanidades sin ninguna implicancia concreta en la mejora de la calidad de vida de los peruanos, especialmente la de los más pobres. Y las empresas y el Estado financian este teatro. No queremos hablar con gente que realmente piensa diferente porque eso podría poner en juego nuestras propias posturas, ideas o hasta nuestra fama. Nada más egocéntrico.

El ego nos domina. Ese ego, sutil a veces, descarado otras, es el que nos lleva a actuar, debatir o aparecer en el escenario no por el Bien, sino por satisfacer nuestra búsqueda de placer, placer psicológico, intelectual. Lo hacemos por vanidad, o por plata, no por un real interés en el país.

La violencia en Twitter es la expresión más radical de este problema. Esta violencia no solo se basa en insultos, lisuras o agresiones verbales, sino también en quirúrgicas humillaciones, silencios, cancelaciones y burlas entre quienes se consideran la “elite” intelectual peruana de izquierdas o derechas. Mediocre panorama.

Hoy, hablar desde la orilla más “progresista” y referirse a los del lado contrario como “fascistas”, “conservadores” o “ultraderechistas” es una forma de compensación afectiva que brinda autoridad moral, valoración y legitimidad. El progresista se siente un ser evolucionado frente a un residuo de primitivos obsoletos que ya no deberían existir.

Algo similar pasa con aquellos que gozan con llamar “progres”, “caviares” o “rojos” a sus contrincantes. Calculo que les hace sentir que son parte de una idealista resistencia cultural en un mundo decadente que luchará hasta la muerte por salvar la verdad, la belleza, el ser, la naturaleza del ser humano y la familia.

La batalla ideológica entre conservadores y progresistas lleva décadas, ojo, y no está generando ningún cambio radical en el mundo. Repito, ningún cambio radical. Lo único que está generando, a mi humilde parecer, son tres cosas:

  1. Los estados, organismos multilaterales y grandes corporaciones concentran más poder, coordinan mejor y ponen la agenda que les da la gana cada vez con un mayor alcance, como esa absurda idea surgida en Davos, de garantizar un sueldo mínimo para la humanidad y condenarla a ser la clase media con topes y techos, a la medida de los ricos del mundo.
  2. China, Rusia, India y los países árabes más ortodoxos miran Occidente con una sonrisa en los labios, se burlan, lloran de risa, se alegran además mientras ven espectáculos decadentes presentados como supuestas expresiones de la defensa de los derechos humanos, las minorías y las cada vez más absurdas supuestas libertades individuales.
  3. La pobreza, la mediocridad y el subdesarrollo se fortalecen, se asientan, se vuelven una costra en países más pequeños y en vías de desarrollo como el Perú, atrapados en medio de esta polarización teórica, como si nosotros tuviéramos tiempo para discutir problemas del tercer piso mientras el primer piso está destruido e inundado.

Lo dejo ahí por el momento, pero ya no me preocupa si la izquierda hace esto o aquello en el Congreso; tampoco si la derecha hace esto o aquello en la Municipalidad. Son todas estas preocupaciones irrelevantes.

Lo que más me preocupa es que esta inconsciencia, esta ceguera, esta terquedad vanidosa y soberbia que hay de ambas orillas políticas e ideológicas, termine destruyendo a los que están en el centro, a la clase media, a los que pueden dialogar, y que empodere en el país más aún a los informales, ilegales y mafiosos, y fuera del país a esta nueva élite globalista público-privada que ya coordina descaradamente qué es lo que debería pasar en el mundo. No sé si están de acuerdo con esta entrada, pero espero les sirva para ver las cosas desde otro ángulo.

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