¿Se puede tener un “centro” radical”?, por José Ignacio Beteta


Sí. Se puede. Es momento de cambiarle el sentido a dos palabras: “centro político” y “radical”. Tradicionalmente, el centro se ha visto como un punto medio: ni muy de izquierda ni muy de derecha. El lugar donde los cambios se hacen de manera gradual, sin sobresaltos. Esa idea funcionó durante un tiempo en varios países —incluido Perú—, pero hoy está agotada.
La realidad actual pasa por encima de ese “centro” tradicional. Y quienes lo ocupan parecen no querer aceptarlo. Ese centro no ha podido ni podrá enfrentar el crimen organizado, la polarización política, ni la corrupción y la ineficiencia de Estados que, aunque llenos de reglas e impuestos, no generan riqueza ni igualdad de oportunidades. Peor aún: permiten que la ilegalidad y la inseguridad crezcan.
¿Por qué el centro no puede resolver estos problemas? Porque la velocidad de nuestra época no permite gradualismos. La tecnología aceleró la historia y con ella los cambios en lo económico, lo ideológico, lo cultural y lo político. Hoy, los desafíos no admiten parches lentos.
Por eso necesitamos soluciones radicales. Y “radical” —segundo término a deconstruir— no significa violento o irracional, sino ir a la raíz del problema. Ser radical es no tener miedo de romper el statu quo, de cuestionar a élites acomodadas y mercantilistas que han vivido cómodamente de su alianza con el Estado durante 25 años. Élites no solo progresistas, sino también de derecha, y académicamente de izquierdas. Todas.
El Perú se desmorona mientras algunos analistas insisten en que todo va bien, refugiados en su burbuja de privilegios. Pero lo cierto es que necesitamos un nuevo centro radical: uno que sea rápido, empático, realista y valiente. No podemos conformarnos con candidatos tibios o irrelevantes, menos aún apoyarlos.
Ese nuevo centro debe ser un núcleo de soluciones profundas y concretas para problemas que son globales, pero que en el Perú se sienten con especial crudeza. Su primera tarea: deconstruir y reconstruir un Estado que hoy es confiscatorio, ineficiente, corrupto y aliado de grupos de poder monopólicos. Si no cambiamos de raíz este Estado, no habrá desarrollo, paz ni prosperidad duradera. Y esto no es un asunto de izquierdas o derechas, repito, porque ambas han mamado de este Estado.
Y algo más: todos —ricos, pobres, jóvenes, mayores— tenemos un punto en común. No, no es el pan con chicharrón. Todos somos contribuyentes. Somos un Perú de contribuyentes. Todos pagamos impuestos. Todos mantenemos un Estado que nos devuelve muy poco o nada. Esa condición compartida puede ser la base de una nueva unidad social y política. El enemigo está en la burocracia y en el poder del Estado. He aquí al verdadero enemigo. Hay que doblegarlo. Hay que someterlo. Hay que reducirlo.
Es hora de dejar atrás la tibieza y el gradualismo. El nuevo centro radical no es un punto medio cómodo: es el centro en términos de prioridad, de concentración, de punto de partida para una transformación que ya no puede esperar.