Dina Boluarte, Mesalina y Teodora, por José Ignacio Beteta

Redacción Vigilante Publicado 5:39 pm, 13 mayo, 2025

Los pasadizos de los palacios reales eran senderos casi sagrados. Pocos tenían el privilegio de caminar por ellos. Y si hablamos de mujeres, muchas menos aún. Estos pasajes siempre conectaban lugares importantes. Sean estos una alcoba, un estudio, un salón de baile o una biblioteca, en ellos se tomaban las decisiones más importantes, se cometían los crímenes más atroces o se realizaban los actos más heroicos.

Por ello, repito aunque moleste, las mujeres que tuvieron la oportunidad de dominar esos pasadizos fueron pocas y generalmente obtenían dicho privilegio de tres posibles fuentes: la sangre, el sacramento o la lujuria.

Y es esta última fuente de poder la que nos interesa, inspirados por dos recientes acontecimientos en el Poder Ejecutivo. El primero, la expulsión de José Salardi y la inmediata elección de un ministro de economía amigo de Fuerza Popular; y el segundo, la elección de un ministro de Transportes y Comunicaciones, títere de César Acuña. Ambos eventos constituyen una demostración milimétrica de la relación contranatura que tienen Boluarte, Keiko y el cómico empresario norteño.

Así, pensando como historiador aficionado a la política, Fuerza Popular y Alianza para el Progreso me recuerdan a dos mujeres que llegaron a tener cuotas de poder impresionantes en la historia gracias al comercio inescrupuloso, astuto y maquiavélico de su moral y su cuerpo: Mesalina y Teodora.

Mesalina es como Fuerza Popular. Experimentada, contactada, carismática y astuta. Hija del cónsul Marco Valerio Mesala, lo mejor que heredó de él fue su apellido, por lo que tuvo que aprender a utilizarlo, junto con su talento, para atraer, enamorar y satisfacer sexualmente a cuanto hombre importante se le cruzara en el camino.

A la larga, llegaría a ser amante de Calígula y esposa de Claudio, el impredecible emperador de Roma (41-54 DC). Con su poder, Mesalina conspiró, traicionó y abusó de quien la obstruía, logrando todo lo que deseaba.

Teodora es como Alianza para el Progreso. Una prostituta que salió desde abajo para llegar a ser emperatriz del Imperio Bizantino. Era actriz y bailarina, labores que en la época eran consideradas la más ruines de la estructura social. Pero sus danzas sensuales y desnudas, su astucia y su sagacidad nublaron la mirada del joven Justiniano, que cambió la ley del Imperio para poder casarse con ella, aunque fuera de una clase social prohibida (Procopio, cronista de la época, la llamaba “Teodora del Prostíbulo”).

Ya casados, Teodora cogobernó con su esposo, promoviendo leyes, normas y políticas sobre varios temas. Una de sus primeras medidas fue prohibir la prostitución forzosa, cerrando burdeles y cuidando de las rameras de Constantinopla.

La analogía no es perfecta, pero funciona. Mesalina, de apellido reconocido, mañosa y oscura, recorría los pasadizos imperiales para lograr sus objetivos a cambio de un sexo desenfrenado. Teodora, de origen humilde y sencillo, supo llegar hasta lo más alto con su lujuriosa personalidad y cogobernar con el mismísimo emperador de Bizancio.

No tomen este artículo como una alabanza a los populacheros grupos políticos que hoy gobiernan el país. Al contrario, si bien me recuerdan a aquellas rameras de lujo que hicieron historia, el contraste es lo más interesante de esta analogía, porque hay algo esencial que diferencia a las grandes Mesalina y Teodora de los pequeños Fuerza Popular y Alianza para el Progreso.

Y esto es que ambas pandillas no desposaron a ningún emperador, sino que contrajeron nupcias con Boluarte, Maurate, Cerrón, Santivañez y sus demás secuaces, personajes ruines y alejados de cualquier linaje imperial. Estas damas de compañía sostienen a una presidente que técnicamente podría tener 0% de aprobación y un Estado informal, inútil, ineficiente y podrido.

Si Perez-Reyes acepta esta cartera y logra asumirla, será para sostener los vínculos entre gremios y empresas mercantilistas, Fuerza Popular, el Legislativo y el Ejecutivo. Mantendrá el piloto automático hasta el 2026, sin hacer absolutamente nada significativo. Y si se trata de rescatar Petroperú, lo permitirá, aunque hayamos gastado más de 24 mil millones de soles en esa estafa.

Sandoval Pozo -como los demás títeres de Acuña ubicados en diversas posiciones del Ejecutivo- se encargará de copar su sector y lo que esté a su alcance con más “acuñistas”, de modo que, pase lo que pase en el 2026, Alianza para el Progreso tendrá a la alta dirección del Estado en su “planilla”. Todo esto, claro está, si es que llega a asumir el cargo.

Finalmente, esta orgía adúltera le da a Boluarte la posibilidad de acceder a un respirador artificial de 10 meses y a Keiko y a Acuña el poder absoluto del Estado. Pero a los contribuyentes cansados de que este burdel siga operando, nos lanza nuevamente a la incertidumbre, la inseguridad, la frustración y la impotencia. Nos restriega en la cara que somos estúpidos, porque aún creemos que las cosas podrían mejorar; nos clava en el cerebro una verdad ineludible: estamos a unos pocos pasos de ser parte de una república fallida, gobernada por mercachifles de segunda categoría, que no tienen ni planes, ni visión, ni proyección a futuro.

Ojalá nos hubieran gobernado Mesalina y Teodora. Que me perdonen por haberlas sacado de su descanso celestial para ponerlas en esta desdichada comparación.

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