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Sentimiento y razón frente a las protestas, por José Ignacio Beteta

Hay poderes muy grandes hoy, mucho más grandes que nuestros problemas domésticos, cambiando el mundo y encaminándolo hacia lugares que no necesariamente queremos. Lo último que necesitamos es una gran masa de gente sentimental, fácil de dominar.
Publicado 11:53 am, 27 Febrero, 2023

La cada vez menos sutil dictadura de las redes sociales, los productos streaming, la farándula global y el consumismo, alimentado todo por una ideología postmoderna basada en la agonía de la razón, han fortalecido la intensidad y relevancia de NUESTRAS EMOCIONES antes que el uso adecuado de NUESTRA RAZÓN para comprender hechos y decidir sobre ellos.

Hoy pesa más el sentimiento que el pensamiento. Y así, todo lo que rodea al pensamiento: la lógica, la memoria, la claridad en un debate ordenado, la profundización en un tema, etc. se van dejando a un lado, se pierden, se tornan habilidades inexistentes o que dan pereza en las nuevas generaciones. Les pongo un ejemplo cercano.

Sabemos (nuestra razón lo acepta naturalmente) que un manifestante que destruye una propiedad privada o pública o causa la muerte de alguien DEBE pagar por hacer eso, debe ser sentenciado, debe recibir una condena, debe compensar el daño realizado de una forma proporcional, pero muy concreta de modo que no lo vuelva hacer.

Sin embargo, cuando observamos que esto ocurre, por ejemplo, en las protestas ocurridas en los últimos meses en Perú (que, gracias a Dios, se diluyen y debilitan), entra en el escenario nuestra aproximación sentimental, y nos “exige” que prioricemos otros factores también importantes, pero que no tienen por qué anular el hecho de que esa persona reciba una condena.

Vamos al caso: hoy, muchos jóvenes, académicos o incluso influenciadores en redes, antes de juzgar a los vándalos que quemaron a un policía en Puno, se preguntan “por qué lo hicieron, quién fue el verdadero ‘culpable’ de que mataran a este policía, qué injusticia sufrieron para hacer eso, fue acaso la desigualdad, el maltrato de los ricos, la historia, el capitalismo, las estructuras de dominación”.

Y preguntarse todo esto ES VÁLIDO. Recuérdenlo bien, ES VÁLIDO, pero no anula el hecho de que una persona que asesina a alguien o destruye una propiedad DEBE PAGAR POR ESO, debe recibir una condena y tener una sentencia.

Las preguntas que rodean al hecho y al vándalo son importantes si queremos generar un cambio social de fondo, y está muy bien, corren en paralelo, pero ese personaje debe pagar por sus actos bajo el peso inevitable de la ley.

¿Dónde se está generando un problema muy grave en torno a lo que ocurre hoy en Perú, generado en parte por esta cultura sentimental que nos envuelve?

Se pierde de vista, sobre todo en redes sociales y ambientes urbanos progresistas, que un problema estructural no justifica ni perdona una acción destructiva individual, y esta no tiene por qué ser permitida o avalada. Así de sencillo. Ver al asesino como una víctima desde un balcón en Miraflores o un aula en el límite de San Isidro con Jesús María no es muy legítimo.

Por mi parte, me muero de pena de que haya gente en Perú pobre, sin servicios y oportunidades. Trabajo años poniendo mi granito de arena para que eso cambie. Me muero de pena de que haya tantos niños con anemia y madres que son golpeadas por salvajes machistas. Y podremos discutir sobre las causas y responsables de estas realidades, pero eso no le da derecho a nadie a matar o destruir nada, bloquear pistas, ni a poner en riesgo mi vida, mi trabajo, la de mis hijos o familiares.

Pero, como podrán ver, el objetivo de esta entrega no es hablar de la condena hacia los vándalos.

Quiero echar luz sobre algo más profundo: cuando sepamos analizar los hechos entendiendo: por un lado, los sentimientos que afectan el juicio de muchos jóvenes, líderes y académicos, de modo que justifiquen actos vandálicos o destructivos, quizás con una sensibilidad social honesta, y por otro, las exigencias de LA REALIDAD, realidad que no se basa en sentimientos, emociones o pasiones momentáneas, aprenderemos a dialogar, tomaremos mejores decisiones políticas y sabremos compartir nuestras de ideas de forma más empática.

Solo cuando sepamos encontrar para cada caso lo que le “dice” el sentimiento a algunos y lo que dice la razón a otros, podremos dialogar de una manera más saludable entre quienes pensamos diferente. Eso sí: la razón va primero, el sentimiento después. Y si no piensan así, deberían leer TODA la literatura científica, psicológica y de comportamiento social de las últimas décadas.

Finalmente, quienes pensamos distinto, nos estamos posicionando claramente en dos bandos con evidentes intersecciones: uno más “liberal / conservador” y otro más “liberal / colectivista” (aunque suene contradictorio). Yo estoy en el primero. Y aquí se juega el gran debate, en los matices, en los detalles, y tenemos que ser autocríticos y aprender a entender cuánto está pesando el sentimiento o la razón en nuestras convicciones, y dialogar. Nada más.

Hay poderes muy grandes hoy, mucho más grandes que nuestros problemas domésticos, cambiando el mundo y encaminándolo hacia lugares que no necesariamente queremos. Lo último que necesitamos es una gran masa de gente sentimental, fácil de dominar.

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