Rechacemos el odio y la amargura, por José Ignacio Beteta
¿Qué hacer frente a este odio que se alimenta y se recrudece en algunos bolsones de la población? Lo que toca es repeler ese discurso de odio -cada uno desde su propio espacio- con un discurso de paz, de reconciliación, de conciencia, de amor; con información bien transmitida y adecuada de cuáles son las verdaderas soluciones a los problemas de los más necesitados.
Cada vez es más común encontrar parámetros y condiciones en redes sociales que censuran palabras, frases y hasta páginas, de modo que -supuestamente- no se genere “lenguaje de odio” entre usuarios. Parece una buena intención, sin embargo, cada vez es más común también encontrar un legítimo rechazo frente a estos controles cuando se trata de contenidos que simplemente plantean una opinión de forma franca que no coincide con el pensamiento del «la mayoría”.
Quienes acuñaron el término «lenguaje de odio» fueron los ideólogos de nuestra época. Su objetivo fue combatir la ideología anterior (más conservadora, tradicional y objetivista) eliminando y reemplazando poco a poco su vocabulario con la justificación de que este agredía o vulneraba el estilo de vida o los valores de grupos minoritarios que debían ser visibilizados o mejor considerados en la sociedad.
Lo interesante es que cuando ellos participan en el debate, sus reglas no aplican y el lenguaje de odio sí es utilizable. Ellos, que quede claro, son muchos líderes que defienden un pensamiento supuestamente más «progresista», «garantista» o «igualitarista» y que hoy apoyan las protestas sin límites ni condiciones. No estoy generalizando.
Veamos lo que pasa. No hay un solo día en que, desde la orilla a favor de las protestas sin límites ni condiciones, no se usen y repitan palabras o conceptos como «Gabinete de la muerte», «Dina Asesina», «Terrorismo de Estado”. Es más, en Twitter llaman «nazis» o «hijos de Hitler» a quienes están de acuerdo con que las fuerzas del orden controlen la violencia.
Sus ataques son una muestra de que para ellos el fin justifica los medios, y que cualquier muerte o destrozo que no sea en contra de sus intereses, es solo un daño colateral. Y nadie los puede juzgar. Es más, ese odio contra el Estado, el Congreso, la Policía, las Fuerzas Armadas, que es fomentado y alimentado todos los días, en la prensa también, se traslada a la calle y se refuerza.
¿Qué hacer frente a este odio que se alimenta y se recrudece en algunos bolsones de la población? Lo que toca es repeler ese discurso de odio -cada uno desde su propio espacio- con un discurso de paz, de reconciliación, de conciencia, de amor; con información bien transmitida y adecuada de cuáles son las verdaderas soluciones a los problemas de los más necesitados. La población más pobre es vulnerable, no frente a Lima, la Constitución, los empresarios o los ricos.
Lo que muchos no entienden, tristemente, es que la población más pobre -en este instante- es realmente vulnerable frente a los mismos líderes violentos que los manipulan y dirigen y que tienen intenciones bastante oscuras. Por ejemplo: tomar el poder a través de una asamblea constituyente organizada y dominada por ellos. ¿Quién podría avalar esto?