¿Qué tiene que pasar para que cambie todo?, por Eduardo Herrera
Esta es una opinión libre de un ciudadano cualquiera. Simplemente una expresión de percepciones y emociones. Sin ninguna pretensión.
Lo sucedido el lunes con el proceso de vacancia determina, en mi particular modo de ver, la genuina representación de nuestra política. Y nuestra política representa lo que la mayoría vive en este país.
Similar al tráfico de muchas ciudades peruanas, la política es caótica; de malas maneras, de irrespeto, de personalismos sobre defensa de principios. Salga a la calle y mire cómo se comportan los vehículos y las personas. Claro está, siempre habrá un “desavisado” que respeta. Este “desavisado”, incomprendido y maltratado encarna el deber ser.
En nuestras realidades, la corrupción ocupa uno de los más grandes problemas nacionales. Sin embargo, ya todos nos hemos acostumbrado o, al parecer, ya no nos conmueven las argollas que se disputan el poder político. Eso también es corrupción.
¿Por qué pasa esto?
Pienso que el quehacer político solo le interesa a un porcentaje -privilegiado- de la población. A aquellos que tienen emociones -miedos- o intereses que cuidar. Los ciudadanos que leen, piensan y opinan son “periféricos”, es decir hablan y discuten, pero no se inmiscuyen. Por eso ya muy pocas personas quiere manejar un vehículo en este tráfico. Lo mismo sucede con la política.
Otro grupo -cientos de miles- salen a ganarse la vida todos los días y ven la política como un espectáculo. Quién saca el cartel más grande, quién dice la frase más polémica para aplaudir, quién se pinta como el mas bravo y valiente (de ventana). Tal vez no nos damos cuenta del show de comedia que pagamos todos y que, dicho sea de paso, es muy, muy rentable.
El grueso de las personas (las grandes mayorías, los millones) sobrevive y recibe las ayudas convenidas de una Estado inflado -inflado de burócratas que no mueven un dedo fuera de su horario y que esperan solamente con avidez al fin de mes-. Allí también hay una mecánica de corrupción: te ayudo para que me aplaudas ¿acaso no hay acto más miserable que aprovecharse de la necesidad ajena? Por supuesto, siempre hay excepciones. Funcionarios públicos que dan más. No en horario, no en sueldo, sino en dedicación, alma y corazón. Esos también son los “desavisados”. Están perdidos por “giles”. Un mundo al revés.
¿Qué tiene que pasar para que esto cambie? No lo sé. Quizá debamos empezar a preocuparnos menos por el quién y más por el cómo.
¿Cómo? Sí, cómo. Por ejemplo, vamos a un tema recurrente y que, para mí, es de vital importancia: la justicia en el Perú. Una reforma seria, con efectos permanentes, institucional pasa por hacernos -entre otras- las siguientes preguntas: cómo diseñamos una reforma sin interferencia del poder político, cómo logramos que el sistema se “auto reforme”, cómo obtenemos los recursos, cómo controlamos que el proceso de reforma se ejecute y se haga bien, etc.
De eso tenemos que preocuparnos. Cientos de personas están involucradas directamente en la política, miles hablan de ese tema, a cientos de miles no les interesa porque solo les ocupa ganarse la vida, millones dependen de una mejor política ¿Queremos saber cuál es la ruta para salir de esto? Ahí está pintada.