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Editorial: Todo se resumen en el amor, por José Ignacio Beteta

Redacción Vigilante Publicado 9:47 am, 23 Febrero, 2022

El amor es una decisión que se convierte en acción. El amor se traduce en constantes decisiones y acciones de bien hacia quienes nos rodean. Y el amor hacia alguien se hace más fuerte y profundo porque nuestra razón detecta (muy fríamente, como debe ser) un porcentaje elevado de veces, que vale la pena amar a y ser amado por ese alguien: te hace bien, te acompaña, te complementa, te protege, te corrige, te nutre. Y entonces eliges. Es cierto que el amor trae muchas veces sentimientos y emociones que nos generan placer, pero esto es solo un regalito extra de la estructura biológica del ser humano.

Nuestros primeros amores están en nuestro núcleo familiar, o así debería ser. Y luego llega el momento en que somos capaces de elegir a nuestros amigos, a una persona (si eso queremos) y decir “la amaré y dejaré que me ame para siempre”, porque nuestra razón -repito- ha calculado bien y está segura de que, aunque con defectos, debilidades e incluso habiendo muchos seres humanos física o intelectualmente más atractivos en el mundo, esa persona que elige es la correcta para construir un camino compartido, le basta, le sobra, le es suficiente y más que suficiente.

Ahora pasemos a hablar de política. La lógica es sencilla. Sería lindo ver en la tele políticos y autoridades que brillen de amor. Pero esto no suele ocurrir. Es al revés. ¿Qué ha pasado? ¿En qué momento la política dejó de ser una actividad humana sostenida sobre la base del amor? ¿Alguna vez lo fue?

Solo una persona en presencia del amor: a su pareja, a sus padres, a sus hijos, a sus familiares o amigos, será capaz de amar (en otro sentido y de otra forma) a su comunidad, a su ciudad, a su país, y al mundo. Solo una persona que quiere dar amor puede también construir un Estado, leyes, normas, políticas y reglas de juego enraizadas en el amor para todos.

Por lo tanto, sin personas con un amor suficiente (empecemos de a pocos), no tendremos autoridades, líderes, empresarios, políticos y funcionarios estatales, que nos lleven en la dirección correcta. Sin personas que hayan crecido en hogares y escuelas donde esté presente el amor (en un importante y considerable grado) no tendremos una élite saludable, generosa, solidaria.

Muchos de los eventos políticos que consumimos hoy en Perú, llenos de suciedad y oscuridad, no son más que el reflejo de personas, relaciones, grupos y estructuras carentes de conciencia, carentes de amor, de bondad. Y estamos tocando un límite. El nivel de oscuridad es muy, muy alto. Esto no debería continuar.

¿Habrá llegado entonces el momento de “amorizar” la política? ¿Habrá llegado el momento de entender y captar que este primer fundamento, el amor, es imprescindible para convertirnos en países civilizados? Pues sí. El momento ya llegó. El problema es que parece que no fuéramos capaces de tener esta conversación.

Mientras escribo estas líneas me imagino a empresarios y políticos pensando simplemente en números, poder, impacto, métricas, estrategias, negociaciones, acciones tácticas, debates, videos, memes, artículos, leyes, acciones de amparo, peleas, ideologías, sesgos, agendas, intereses económicos, y otras mil cosas a las cuales no vinculan con el fundamento básico del amor. Y sin amor, todas esas cosas (válidas y comunes en el ámbito político) son simplemente polvo y gas que se lleva el viento. Estoy profundamente convencido de que el amor es el fundamento menos gaseoso, más real y concreto, y el primero que necesitamos para cambiar de rumbo, aunque aún sepamos como integrarlo y ponerlo en la base.

Está claro que esto empieza desde abajo. La educación en el amor debe arrancar en la escuela, con nuestros niños, en el nido, en los primeros años de formación, en la educación privada y estatal y continuar con nuestros adolescentes e incluso en las universidades. Nuestras etapas educativas básicas y superiores deben integrar espacios de desarrollo espiritual, de autoconocimiento, de crecimiento en conciencia, y esto solo se hará realidad si un grupo relevante de líderes privados y políticos se convence de este nuevo camino y enfoque y lo lleva a la política pública, al plan educativo, a la acción pedagógica. Empecemos a cambiar el rumbo del país poniendo de a poquitos en la mesa el debate sobre el amor como fundamento para integrar en una sola red nuestra hoy quebrada y dolida sociedad.

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