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EDITORIAL: La distancia entre nosotros, por José Ignacio Beteta

Redacción Vigilante Publicado 8:59 pm, 4 Febrero, 2022

En Perú conviven cuatro sociedades (por lo menos) que están más unidas de lo que parece, pero aún no encuentran un espacio común en el cual conversar, reconciliarse, ayudarse y caminar de la mano.

La primera sociedad es una que se rompió el lomo para que el país sea lo que es y dirigió su rumbo durante un período muy difícil de nuestra historia, permitiendo que hoy la calidad de vida de prácticamente todos los peruanos sea muchísimo mejor. Es la generación de nuestros padres y abuelos. Sin embargo, su principal señal de decadencia se expresa en que pone garitas, cámaras y barreras visibles e invisibles, hechas de miradas desconfiadas, no quiere mascotas ni libertades civiles, pide referencias de personas notables para aceptarte en su mesa, quiere que las trabajadoras del hogar se vistan de blanco y azul, y aún conversa con risas falsas sobre apellidos, viajes y marcas de ropa lujosos, matrimonios de ensueño y figuras de color dorado.

La segunda es una sociedad joven y desenfadada, creativa, impetuosa, que busca un cambio de paradigmas en varios aspectos legítimo, pero su inmadurez se traduce en sus notorias incoherencias: odia al capitalismo pero goza de él, sabe de todo pero solo porque existe google, rechaza la minería pero cada dispositivo que usa funciona gracias a ella, quiere libertad para “hacer lo que quiere con su cuerpo” pero se alegra con el control invasivo del Estado sobre el cuerpo de otros, rechaza los viejos paradigmas con intolerancia y prepotencia, sin darse cuenta de que su propio bagaje lógico e intelectual se posa sobre los hombros de quienes lo criaron, y no entiende que para hablar de libertades individuales y civiles, se necesita una casa, trabajo, seguridad y comida en la mesa.

La tercera sociedad es la mas grande, representa probablemente al 80% del país y constituye la sangre que corre por nuestras venas: es la que se “recursea” con lo que tiene para preparar los mejores platos, bailar, cantar o hacernos reír con sus cómicos ambulantes, pero -acostumbrada a su informalidad- es a la vez la que nos puede condenar a la muerte. Victimizada por décadas por académicos y panfletos ideologizados, hoy aprovecha su supuesta condición de víctima para sus fines particulares: chantajea a empresarios y ciudadanos de bien, bloquea carreteras, destruye la propiedad privada, escupe en el suelo, orina en la calle, tira la basura en cualquier parte, transporta pasajeros con cientos de multas sin pagar, y reclama servicios, bonos y subsidios del Estado, cuando los que pagan la cuenta son otros, y muy pocos.

Y en las intersecciones de estas tres sociedades existe una más. Ni tan joven ni tan vieja, ni tan conservadora ni tan progresista, este grupo entiende de puntos medios, sabe que para poder debatir libertades civiles no se puede ser esclavo del hambre, cuida a sus mascotas y también se preocupa por los niños, no bloquea carreteras o incendia minas, ni tampoco pasa horas luchando batallas superficiales en redes sociales. Sin embargo, esta comunidad, perfecta en teoría, no participa de la política y peca de indiferencia, entregándole su voz a lo peor de las demás sociedades.

Hasta que no aceptemos con humildad que estas sociedades existen y tienen algo que aportar; hasta que no hablemos de ellas con libertad y sin correcciones políticas absurdas, no podremos construir soluciones compartidas y realizables. Hasta que no entendamos que estas cuatro sociedades son órganos vitales de un cuerpo que se complementan en vez de cancelarse, no avanzaremos. La pluralidad sin compromiso es inútil, así que nos toca buscar una nueva forma de hacer ciudadanía en la que todos seamos incluidos. Por el momento, ninguna de estas “sociedades” se da cuenta de que tirando tercamente para su lado, lo único que consigue es ampliar la distancia entre nosotros.

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