/ OPINIÓN
Érase una vez, una pasión sin argumentos, por José Ignacio Beteta
El político vivió contento, ganando feliz su sueldo. Y cada problema que aparecía, no solo lo empeoraba, sino que a miles a su alrededor destruía. Su pasión sin argumentos, su obtusa ideología, su entusiasmo temerario, su ignorancia, madre mía.