Veredas en Lima, el riesgo de cada día


Caminar por Lima puede sentirse como un deporte extremo. La capital está ubicada en pleno desierto, pero la humedad permanente no deja secar ni la ropa. En los meses fríos, la garúa cubre las calles, y lo primero que encuentran los limeños al salir de casa son veredas mojadas y resbalosas.
Lo más grave es que este riesgo no es inevitable: está directamente ligado a las decisiones de las municipalidades, que insisten en colocar veredas de cemento pulido en casi todos los distritos, ignorando normas que son claras y obligatorias. ¿Por qué?
El Reglamento Nacional de Edificaciones establece que las veredas deben ser de concreto simple y antideslizante. A esto se suma el Manual de Diseño Urbano Inclusivo para Lima Metropolitana, aprobado en 2022, que recomienda pavimentos seguros y materiales como piedra basáltica adherida con mortero, usados con éxito en el Centro Histórico. El manual también exige que las veredas tengan una ligera inclinación —al menos 1 %— para drenar el agua de la garúa o del lavado de calles.
La Ordenanza N.º 2273, aprobada en 2020, refuerza esta obligación al promover la Accesibilidad Universal. En ella se indica que las superficies deben ser antideslizantes y que los cruceros peatonales cuenten con texturas y colores diferenciados, de manera que las personas con discapacidad también puedan transitar con seguridad.
Además, estudios sobre accesibilidad urbana subrayan la importancia de los pavimentos táctiles de alerta y de guía, que sirven para advertir cambios de nivel y orientar a personas con baja visión o ceguera. Sin embargo, la realidad es otra. Incluso obras nuevas, como el recientemente inaugurado Puente de la Paz, muestran superficies lisas que, con humedad o lluvia ligera, se vuelven trampas para peatones.
En foros ciudadanos no faltan las quejas. Un usuario en redes sociales escribió: “Desde hace bastante tiempo tengo un tema con este tipo de suelo… con la garúa se hace extremadamente peligroso caminar por las veredas empapadas”. Otro comentó: “No absorbe el líquido y entonces lo vuelve resbaloso, sobre todo en épocas de lluvia».
La verdadera tragedia, sin embargo, es la resignación ciudadana: acostumbrarse a caminar con inseguridad como si no hubiera alternativa. Pero sí la hay. Basta con que las autoridades cumplan las normas ya aprobadas, usen materiales adecuados y diseñen pensando en una ciudad que, aunque no llueva, siempre amanece mojada.