Fecha: 21 agosto, 2025 Tipo de cambio : s/ 3.527

Buscando al Señor de las Moscas, por José Ignacio Beteta

"¿Qué nos define como seres humanos: la capacidad de cooperar y construir o el impulso de dominar y pelear?"
Redacción Vigilante Publicado 8:59 am, 21 agosto, 2025

“El Señor de las Moscas” es una adaptación de la novela de William Golding que ha tenido varias versiones en cine. La primera es de 1963. Se trata de un grupo de escolares británicos que, tras un accidente aéreo, quedan varados en una isla desierta. Al principio intentan organizarse con reglas y roles, pero poco a poco el orden se desmorona y la violencia emerge, hasta que terminan escapando unos de otros.

En 1990 se realizó otra versión, más conocida y comercial probablemente, dirigida por Harry Hook, que trasladó la acción a niños estadounidenses, pero las preguntas de fondo que planteaba el filme eran las mismas: ¿Qué nos define como seres humanos: la capacidad de cooperar y construir o el impulso de dominar y pelear? ¿pueden los seres humanos convivir “naturalmente” o necesitan algún tipo de fuerza superior que los domine para que limiten sus pasiones violentas y egoístas?

Creo que la época que vivimos —no solo en Perú, sino en la región y en otras latitudes— nos plantea las mismas preguntas. La polarización política es bastante intensa, y las opiniones se crispan casi sin razón suficiente. Nos encerramos en debates tácticos, de corto plazo, y nos dividimos. Más intensa aún es la turbulencia social, causada por factores muy complejos como crisis demográficas – migratorias, conflictos militares focalizados de largo aliento, crimen organizado local e internacional vinculado a actividades económicas ilegales, entre otros.

En este contexto, gobernar un país se parece más a la labor de un bombero que apaga incendios, un policía que persigue delincuentes, un profesor controlando a una clase de traviesos, o a la de un malabarista que va atrapando pelotas o palitroques que aparecen sin avisar. Y en todos los casos, la tendencia lleva al gobernante a la idea de imponer orden con mano dura porque son demasiadas las variables que lo superan y escapan de sus manos. La mano dura es más “fácil”. Si no actúa así, el peligro es que el caos siga creciendo hasta producir colapsos políticos inmanejables.

¿Ha llegado el Perú a esta situación límite? Siempre parece que no. Lo que ocurre en nuestro país es que la misma informalidad que sirve de caldo de cultivo para la ilegalidad, sirve de escudo contra las dificultades políticas que atravesamos con cierta frecuencia. La informalidad “engaña” y tiñe la realidad caótica en la que estamos de un manto de estabilidad. Extorsionadores, sicarios, mineros ilegales, narcotraficantes, políticos y burócratas corruptos, fiscales caprichosos, todos pueden hacer de las suyas, mientras un puñado de empresas paga el 80% del impuesto a la renta o el 70% del IGV, y el grueso de la población sigue viviendo con menos de 1000 soles al mes sin pagar prácticamente impuestos. “Hay que seguir trabajando. Hay que sobrevivir. Arriba que se agarren a patadas”, piensa el pueblo.

Hace ya 10 años, Rolando Arellano afirmaba lo siguiente: “Crecimos económicamente, pero no en unidad social. La economía ha hecho que nos parezcamos más, aunque no hemos construido un país en el que vivamos juntos. Estamos juntos, pero no nos hemos mezclado”.

Esta situación también tiene un límite, y la solución no consiste en traer un “Señor de las Moscas” que nos agarre a golpes para mezclarnos. El final de la película será el mismo. La solución pasa, primero, por buscar uno o más factores de unidad que superen polarizaciones ideológicas, y, segundo, por asumir el compromiso de reformar estructuralmente la educación (aunque esto suene algo trillado, es más urgente que nunca).

8 de cada 10 niños estudian en escuelas públicas y las cifras están ahí: la mayoría no tiene internet, instalaciones decentes, servicios básicos, buenos profesores, y menos aún, una currícula educativa que integre, que una, que forme ciudadanos. Nuestro plan de estudios es indiferente a la realidad que vivimos. Es evidente que nos faltan carreras tecnológicas, robóticas y digitales. Pero también necesitamos incorporar en la educación básica regular y en la educación superior espacios de formación en economía, política, ciudadanía, historia, identidad y cultura, sin complicarnos en debates pedagógicos de forma.

Necesitamos que nuestros niños, desde pequeños, prioricen la cooperación, la ayuda, la integración, la solidaridad, entendiéndose como futuros ciudadanos que, si bien buscan su desarrollo individual prioritariamente, aprenden que, para obtenerlo de forma sostenible, deben ser parte saludable de un todo que se llama nación, república, país, estado peruano, llámenlo como quieran.

Y esto no está ocurriendo. Entonces, así elijamos al mejor candidato, sea este de derecha o izquierda, de centro o de extremos, mano dura o mano blanda, si, desde la base no buscamos factores de unidad y apostamos realmente por cambiar la forma en que educamos a nuestros niños y adolescentes, el final de la película a la larga será el mismo: viviremos divididos, aislados, no nos escucharemos, avanzaremos destruyendo cabezas, sin empatía, nos haremos daño, y escaparemos corriendo a pedir auxilio a la playa, para ver si alguna embarcación extranjera se acerca a nuestra isla y nos salva de nosotros mismos, algo que nunca ocurrirá.

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