Las dos energías que conectan Amor y Política, por José Ignacio Beteta


Para continuar con las reflexiones que les compartía en un primer artículo, podría apurarme en analizar amor y política desde la Doctrina Social de la Iglesia Católica que ha vinculado directamente la caridad, el amor y la solidaridad con la política. Sin embargo, siguiendo la lógica de la primera parte, me detienen de apurarme dos razones
La primera: no quiero cristianizar mis reflexiones, quiero que sean humanistas. Segundo: la Iglesia en los últimos cincuenta años fue intoxicada por el comunismo a través de la Teología de la Liberación, de la cual el actual cardenal y arzobispo de Lima, es un histórico defensor. Esta ideología distorsionó en el corazón de la Iglesia el concepto de amor, también el de solidaridad y, peor aún, la relación entre el católico y la política, convirtiéndolo en un guerrillero ignorante en vez de un constructor de civilización.
Así que elegí un camino más simple: sigamos con los griegos. Desde los primeros pensadores presocráticos (siglo VI a.C) hasta el helenismo (siglo III a.C), la filosofía griega exploró las fuerzas que cohesionan las comunidades, y el amor —en sus múltiples formas— aparece no solo como un vínculo personal, sino como un principio capaz de ordenar la vida política.
En el siglo V a.C., Empédocles propuso una cosmología en la que dos fuerzas opuestas —Philotēs (amor) y Neikos (discordia)— rigen la dinámica del universo. Philotēs no es amor romántico ni amistad política, pero sí un principio de cohesión. Si bien Empédocles no desarrolla una teoría política, su planteamiento constituye un principio de la realidad que pocos podríamos negar.
En El Banquete, Platón reinterpreta el Eros como impulso hacia lo bello y lo bueno. Este amor, que trasciende el deseo físico, mueve al alma a buscar la virtud y la contemplación de lo eterno. Aunque el diálogo se centra en la elevación personal, Platón sugiere que el amor también inspira acciones heroicas y compromiso con el bien común.
Para Aristóteles, la política es inseparable de la ética. En la Ética a Nicómaco, describe la philia como amistad virtuosa basada en la reciprocidad y la búsqueda compartida de la eudaimonía (¿felicidad?). Esta philia no se limita a las relaciones privadas: es el vínculo que une a los ciudadanos y mantiene cohesionada la polis. En su Política, además, Aristóteles señala que sin esta forma de afecto mutuo y lealtad común, ninguna comunidad política puede perdurar.
El término agápē, como ya les había explicado, adquiere relevancia sobre todo en el cristianismo primitivo, que hereda y transforma el legado ético griego. Lo transforma en un amor universal, altruista y desinteresado, dirigido a todos sin distinción. Aunque su raíz es más teológica que política, el agápē introduce una ética de la solidaridad y el cuidado mutuo que influiría en las concepciones posteriores de justicia social y orden moral, hasta hoy.
Finalmente, en el helenismo, aparece el concepto de Homonoia (“unidad de mente y corazón”), utilizado por oradores como Isócrates y más tarde por el mismo Alejandro Magno (alumno de Aristóteles hasta los 16 años). Aquí, la cohesión emocional y el amor a la unidad se convierten en estrategia política. Y esta última referencia llamó bastante mi atención dado que este famoso emperador usa un concepto muy espiritual como mecanismo práctico de propaganda. ¿No es un buen momento para apelar a algo más espiritual también hoy en día?
En conclusión, el pensamiento griego nos ofrece varias perspectivas sobre cómo el amor y la política pueden entrelazarse. Pero podemos condensarlas en dos energías distintas y complementarias: el amor “horizontal” que necesitamos entre ciudadanos, naciones o comunidades para mantenernos unidos; y el amor “vertical” que requiere el líder dirigente para guiar a una república hacia la prosperidad y la paz.
No sería extraño que alguien me cuestione, planteando que con este tipo de enfoques es como se construyen caudillos mesiánicos, populistas, autoritarios, que engañan a la larga al pueblo. Sí, pero también me parece evidente que las actuales narrativas de izquierdas y derechas se agotaron y que les falta legitimidad y trascendencia. De hecho a la Derecha mucho más. ¿Cómo espera la Derecha construir “locos” “radicales” que cambien el mundo si no puede convencer a nadie con los valores que defiende? La única razón de que el péndulo esté cambiando de rumbo nuevamente es por las irracionalidades del progresismo, no tanto por mérito propio. No se confundan.
Y es que esto no se trata de alimentar a una de las dos posturas o de darle municiones a uno de los dos bandos. No va por ahí. Se trata de ir más allá. Y con estas dos perspectivas que surgen de la filosofía griega, la energía “horizontal” entre humanos y la energía “vertical” entre líderes y ciudadanos, tenemos suficiente como para continuar.