Amor y Política: de vuelta a lo esencial, por José Ignacio Beteta


Suena raro, ¿no? Para algunos, lo primero que pasaría por sus mentes serían los enredos, traiciones o intrigas pasionales de nuestros políticos o quizás alguna frase en campaña electoral de amor al Perú o a la patria.
Para otros, unir estos dos conceptos es una señal de debilidad. ¿Quién hablaría de “amor y política” cuando el país lo que necesita es un “tirano” elegido democráticamente que ponga orden? ¿Quién filosofaría sobre esto cuando la idea es tomar el poder para cambiar las cosas de forma radical? Creo, sin embargo, que unir estos dos conceptos es muy útil y podría ser transformador. Pero tenemos que dar algunos pasos atrás.
Para empezar, creo que el concepto de amor no se reduce a eso que se nos presenta en telenovelas, películas, farándula o redes sociales, y que hoy nos confunde. Eso no es amor. Al contrario, el amor se aleja bastante de aquello.
¿A quién entonces podemos acudir para buscar definiciones? Con los griegos casi nunca hay pierde. Ellos hablaban de “cuatro amores”(C.S Lewis escribe una obra con ese mismo nombre que recomiendo porque además de profunda es práctica). Describamos cada uno y pensemos luego si tienen alguna relación con la política.
El “Eros” representa el amor pasional y erótico. Para Platón, el Eros era también el camino a la belleza y la divinidad, pero hoy su significado se ha perdido, quizás hasta distorsionado desde Freud, y no parece ser un concepto muy útil para nuestras reflexiones.
La “Storgê” consiste en el amor familiar que construimos en el hogar, con nuestros padres o hijos, y la “Philía” designa el amor de amistad, virtud que Aristóteles admiraba mucho y consideraba fundamental en la política. Para él, era necesaria entre hombres y comunidades para vivir en paz. Sin embargo, estoy pensando en quienes ejercen un cargo de poder, no tanto en las relaciones individuales o sociales que construimos.
Entonces nos topamos con la definición de “Agápê”. Para los griegos podía significar el amor a la Divinidad, pero también un amor trascendente, de entrega y, por lo tanto, el amor a los demás sin un interés particular. Los cristianos tomarían este termino y lo llamarían “caridad” enfatizando su carácter práctico. Agápê es el amor que das a los demás libre, voluntaria, consciente y generosamente.
Y aquí encontramos un punto de encuentro. ¿No es esta la virtud que uno esperaría que practiquen quienes asumen un rol político o de servicio público? Es cierto que un trabajo político o burocrático amerita una contraprestación. Eso nadie lo duda. El desinterés absoluto no existe. Somos humanos. Pero, ¿no es acaso la carrera política o pública la carrera perfecta para amar a los demás de la forma más amplia, eficiente y eficaz?
El político o funcionario público tiene la oportunidad de donar su tiempo y esfuerzo para mejorar la vida de muchísimas personas, las condiciones del espacio que habitan y crear oportunidades para que sean felices, cumplan sus sueños y vivan en paz.
Así, pienso que el amor de Agápê no es un complemento o un pegote a la praxis política, es parte constitutiva de su propósito. Lo que ocurre es que suena raro. Pero sin amor de donación, sin generosidad, sin verdadera vocación de servicio, un político o servidor público no puede cumplir su misión. Esto no significa que sea o deba ser un ser superior, todo lo contrario. Hoy vemos exactamente lo opuesto en quienes dirigen el país. Por esto, mis reflexiones apuntan a volver a buscar buenos funcionarios públicos y políticos pero con un nuevo enfoque.
Dejando de lado cualquier romanticismo o idealismo baratos o posturas que endiosan el poder y sus efectos como si fueran un fin en sí mismo o un juego, creo que es momento de transformar la política desde la forma en que nos aproximamos a ella. Incorporar conceptos disruptivos como el amor —disruptivo para mí mientras escribo esta columna— es un primer paso para repensar nuestro futuro como país y el de la humanidad. Necesitamos espiritualizar la política para que la forma en que se materializa mejore.
La política se ha envilecido, es una dinámica transaccional, sucia, ideológica, deshumanizada, la mayoría de las veces corrupta o por lo menos ociosa. Y el concepto de amor que hemos analizado es todo lo contrario.
Sin ánimo de cristianizar estas reflexiones, un pasaje de la Biblia resume perfectamente qué es el Amor, la Caridad o Agápê: “El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca. Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará. Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos…” El amor nos hace trascender, el amor le da sentido a todas las cosas, más aún a la política y al poder.