La posición más cómoda: la de víctima, por José Ignacio Beteta
A los socialistas, como en Venezuela o Bolivia, les conviene tener víctimas en vez de gente responsable. Así los manejan como pobrecitos y los usan para sacarle más dinero a las empresas y a los ricos. Pero todos sabemos que este cuento tiene un límite. Somos más cómplices que víctimas, más responsables que pobrecitos. Aprendamos eso para que la próxima vez nos culpemos a nosotros mismos y no a los demás.
Recuerdo alguna enamorada que tuve que, terminando la relación, me lapidó diciendo, “no me mereces”. Al inicio era muy amable conmigo. Me admiraba. Me trataba con mucho amor. Luego, por mil cosas que no vale la pena detallar, nuestra relación se fue deteriorando, y al final de esta, sus frases eran algo así como “tenemos valores diferentes”, “mis estándares son muy altos”, “no tengo la culpa de ser perfeccionista”, “si te lo tengo que explicar es porque eres muy limitado”.
Esta anécdota, que cuento con buen humor después de todo, me hizo pensar en los votantes peruanos. Son tan impulsivos. Son tan boca floja. Son tan superficiales. Son tan soberbios. Son tan “finteros”. Cuando se enamoran de un político, pareciera que hubieran visto al Mesías, a Jesucristo encarnado. La propaganda los ciega y su propio ego los hace defender lo que la propaganda les vende como si fuera verdad.
Luego de un tiempo, y después de haber aparentado que estaban informados, que conocían a su candidato, que eran ciudadanos responsables, optan por lo más fácil. Critican a su candidato, lo hunden, lo aplastan, y empiezan con esas frases tan típicas: “No tiene valores”, “terminó siendo un desgraciado”, “yo y mi bondad no nos merecemos a un político como este”.
Lo interesante es que, si votaron por ellos, solo existen tres posibilidades. Primero, o se equivocaron rotundamente y entonces no fueron tan inteligentes como dicen ser. Segundo, ese candidato tiene el mismo nivel humano que ellos y por eso lo eligieron. Tercero, nunca están contentos con nadie ni nada porque prefieren parecer exigentes con todos menos con ellos mismos.
El problema es que alguno de estos tres escenarios de pantomima, impulsividad, superficialidad, inmadurez, y ligereza para hablar y decidir, se repite una y otra vez, cada 4 o 5 años. Hoy Dina Boluarte, a quien el pueblo eligió junto a Castillo, es una dictadora. Pero hace poco era una mujer de la sierra, madre y quechua hablante. Hoy los congresistas son todos unos desgraciados, pero bien contentos nos fuimos a mancharnos el dedo de morado para votar por ellos.
Los pueblos que tienen pésimos gobernantes no son víctimas, son cómplices. Obviamente, muchos políticos (y en nuestras relaciones personales, nuestros amigos, familiares o padres) quieren hacernos sentir víctimas para darnos en la yema del gusto. Si somos víctimas, no somos responsables. Si somos víctimas, entonces alguien me engañó, alguien me golpeó, me hizo daño. Alguien, alguien, alguien, yo nunca tuve la culpa.
A los socialistas, como en Venezuela o Bolivia, les conviene tener víctimas en vez de gente responsable. Así los manejan como pobrecitos y los usan para sacarle más dinero a las empresas y a los ricos. Pero todos sabemos que este cuento tiene un límite. Somos más cómplices que víctimas, más responsables que pobrecitos. Aprendamos eso para que la próxima vez nos culpemos a nosotros mismos y no a los demás.