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Editorial: Lo que se esconde detrás del «Rechazo»en Chile, por Jose Ignacio Beteta

Publicado 10:00 am, 5 septiembre, 2022

Las dinámicas políticas en casi todo Occidente se tornan cada vez más irracionales, inestables e inesperadas. ¿Tienen algo que ver la tecnología, la velocidad de la información, el choque generacional o la globalización en esto? Tema para analizar con más detalle, pero el caso chileno sería uno para el estudio.

En el país vecino, hace 4 años, solo el 7% de la población quería cambiar la Constitución. Para el 2020, el 80% de electores votó a favor de cambiarla y hacerlo a través de una Convención Constitucional. Hoy, casi dos años más tarde, el texto que resultó de ese proceso fue ampliamente rechazado en un plebiscito en el que votaron más de 13 millones de chilenos batiendo un récord histórico. ¿Por qué? ¿A qué se debe esta tremenda paradoja?

Primera razón: la izquierda chilena. Más de 115 integrantes de la Convención se identificaban como de izquierda. Confundida y saturada por un discurso pluralista, indigenista, extremista y relativista, sin prudencia ni controles, esta izquierda chilena fracasó en la única misión relevante que tuvo en las últimas décadas: cambiar la Constitución de su país.

Años diciendo que una nueva Constitución sería la primera piedra para construir un Chile más justo y solidario, y lo que hicieron fue armar un espectáculo tan cómico como autoritario. Las pruebas quedaron registradas para la historia: muñecos, serenatas, mentiras, falsificaciones y malgasto de dinero, fueron las hierbas aromáticas que sazonaron este proceso.

El novel presidente Boric, por su parte, supo mantener la distancia al observar el triste desempeño de esta Constituyente dominada de forma avasalladora por sus camaradas ideológicos. Hoy, el mandatario propone un “nuevo itinerario constituyente”, concepto diplomático, ambiguo y mucho más mesurado, que no combina para nada con la narrativa que se impuso desde la Convención en los últimos dos años.

Segunda razón: el texto propuesto. El rechazo también fue una contundente expresión de desconfianza frente al producto final. Producto que resultó de la terquedad y el dogmatismo, también de la izquierda chilena.

Recuerdo que no hace mucho, en un compromiso público por una nueva Constitución, la oposición (derecha, centro y algo de centro izquierda) propuso avanzar hacia un Estado social de derecho y, marcando diferencia con la propuesta de la Convención, ofreció defender el Senado, en vez de reemplazarlo por una Cámara de las Regiones, además de reconocer a Chile como un estado multicultural, en vez de uno plurinacional.

Este Congreso además aprobó disminuir el quórum necesario para reformar la Constitución de 1980 que, tras el triunfo del rechazo este domingo, mantiene su vigencia. Pero los constituyentes no aceptaron el balance. Prefirieron optar por un texto de más de 450 artículos (la actual constitución no pasa de 200) llenos de intervencionismo, colectivismo, autoritarismo y múltiples “ismos” que no hicieron nada más que asustar al ciudadano chileno, de cualquier región del país y casi de cualquier espectro ideológico.

¿Qué toca ahora? La constitución actual no sobrevivirá. Esto queda claro. Pero el camino para renovarla será mucho más prudente y planificado. Unos 22,500 millones de pesos costó esta convención izquierdista que fracasó notoriamente. No creo que nuestros hermanos chilenos paguen una cuenta similar para ver cómo el paquete que les llega vuelve a estar fallado.

¿Los resultados de hoy son positivos para Perú? Definitivamente. El fracaso del proceso constituyente chileno, bien documentado, con imágenes, escenas, evidencias y pruebas, es un ejemplo clarísimo de por qué una convención o una asamblea, con más o menos poder, son herramientas llenas de peligro y vacías de contenido. Espero entendamos rápido la lección que nos dieron, con su tropezón, nuestros siempre buenos amigos y hermanos del sur.

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