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Editorial: La Caperucita Roja en Loreto, por José Ignacio Beteta

Redacción Vigilante Publicado 6:02 pm, 25 marzo, 2022

Nadie imaginaría a la Caperucita Roja como la “mala” de la historia. El lobo es el maligno animal que además de comerse a la abuela, piensa en tragarse a la niña. El lobo es maquiavélico, mentiroso, manipulador y astuto. La pobre niña es una ingenua, tímida e inocente personita que solo rebosa de amor y ternura.

Sí. Los cuentos más famosos de la literatura funcionan con estereotipos o polaridades: oscuridad y luz, mal y bien, pequeño y grande, dolor y alegría. Y tienen éxito y perduran por siglos por una razón muy sencilla: son un reflejo de los paradigmas y patrones que busca consciente e inconscientemente usar el ser humano en su mente para explicar de forma simple los más complejos fenomenos individuales o sociales.

El punto es que esto lo saben muy bien quienes hacen ideología, política o comunicación política. Y aquí en Perú, como es de esperarse, nos hemos acostumbrado a aceptar historias de lobos y caperucitas rojas que alguien inventó y en las que alguien decidió quién era el lobo y quién la ingenua niña. Es momento de ser más críticos y agudos con estos cuentos.

En Loreto hace unos días, un enorme grupo de personas amenazó con tomar las instalaciones del Lote 95, operado por la empresa PetroTal. Y al final ocurrió. Paralizaron las operaciones petroleras de la zona “como medida para exigir la atención del Estado a la agenda social y el plan de cierre de brechas, así como el cumplimiento de compromisos…”

Luego de atacar las instalaciones del lote 95, obligaron a los trabajadores a detener sus actividades, algo a todas luces ilegal. Empezaron con el cuento de la caperucita roja y el lobo, y acudieron al manoseado recurso del “legítimo derecho a la protesta”, concepto que suena mucho mejor que “violentar la propiedad privada, amenazar a sus trabajadores y paralizar la operación de la empresa”.

Pero prestemos atención a cómo construyen su narrativa romántica. No contentos con justificar su abuso con una figura conveniente pero irreal, se quejaron de la llegada de las fuerzas del orden y afirmaron que el gobierno “busca militarizar la zona”. Por lo cual, evidentemente, desde su lógica de querer aparecer como las caperucitas rojas, no tardaron en pronunciarse de la siguiente manera: “Si hay represión al pueblo en un gobierno que se supone que representa al pueblo, se acabará la actividad petrolera y se pedirá la vacancia del presidente Castillo”. Es decir, al recurso de la legítima protesta para tapar la ruptura de la ley, sumaron el recurso de denominarse “pueblo”, para convertirse en la eterna víctima de los poderosos y opresores.

Finalmente, rechazaron la injerencia de las fuerzas del orden (que llegaron justamente para garantizar la protección y seguridad de la propiedad privada, la empresa y sus trabajadores), y afirmaron que las comunidades están en una “situación de movilización permanente exigiendo el respeto de sus derechos”.

Lo que está ocurriendo en Loreto nos deja varias lecciones. Primero, aquí el lobo está representado por grupos de individuos y colectivos que se sienten con el derecho de violentar la propiedad privada y luego cubrir este acto delincuencial bajo el concepto de “legítima protesta”, “somos el pueblo” o “movilización permanente”. Sin embargo, muchos de estos activistas no representan al pueblo y ganan mucho dinero en cada “negociación” que promueven.

Segundo, estos conceptos gaseosos y ambiguos fueron inventados por la izquierda anti empresa y anti sistema hace décadas, para poder justificar los actos subversivos en los que se involucraban en la ciudad y el campo, amparados en el ideal de luchar contra el maldito sistema capitalista.

Tercero, el país está de cabeza justamente porque el gobierno y las fuerzas del orden desde hace ya varios años, terminan defendiendo a los delincuentes o a quienes rompen la ley, y dejan desvalidos a quienes pagan impuestos, generan desarrollo, crean empleo y producen de manera formal y legítima.

Nadie piensa que las empresas sean siempre las “caperucitas rojas” del cuento, pero para determinar quién es el responsable en un conflicto, no basta la mera asignación de etiquetas por parte de colectivos, ONG, y plataformas de comunicación financiadas para contarnos un cuento donde el empresario siempre es el lobo. Tampoco basta la capacidad para usar la violencia en zonas alejadas donde la ley y el orden no llegan con rapidez.

Debemos exigir estado de derecho y respeto a la ley, pero lamentablemente de nada sirve pedirle al gobierno que haga lo correcto; es decir, que persiga, capture, y denuncie a los verdaderos lobos, sino desmontamos en el largo plazo esa dialéctica de buenos y malos, víctimas y opresores, caperucitas y lobos, que durante décadas nos han plantado en la mente los amigos que creen y aman el colectivismo, el estatismo y el paternalismo del Estado. Tremendo trabajo el que tenemos por delante.

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