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Editorial: Protestas (pacíficas) y protestas (violentas), por José Ignacio Beteta

Redacción Vigilante Publicado 12:53 pm, 10 marzo, 2022

En los últimos días y con poca cobertura mediática (presupuesto de publicidad estatal manda), grupos pro-Castillo no solo agredieron a varios periodistas cerca de la plaza Bolívar; también intentaron cercar la casa de la presidenta del Congreso, María del Carmen Alva. Estos actos vandálicos e intimidatorios de parte de quienes apoyan al polémico presidente peruano no son los primeros, ni serán los últimos al parecer. Las imágenes de personajes cargando machetes y chicotes no es nueva.

Sin embargo, llama la atención que ciertos periodistas y analistas rápidamente se pronuncien sobre estos hechos con frases como “del otro bando también hubo violencia”, “del otro lado también cercaron la casa de un periodista”… ¿Qué ganan intentando balancear la cancha? No lo sabemos.

Cada marcha, cada protesta, cada manifestación debe ser analizada de manera autónoma y criticada, de ser el caso, de manera objetiva, sin intentar diluir responsabilidades o apañar a quienes atentan contra la propiedad privada o pública, o contra la seguridad de periodistas y ciudadanos. Decir “del otro lado también hubo violencia” es recurrir al ya cuestionable recurso “ellos mataron más o ellos también matan”.

Ciertamente existen -de cualquier orilla ideológica- excesos no justificados. Un solo grupo dentro de la oposición ciudadana ha generado actos violentos, y este grupo es uno muy específico y localizado al que se le conoce como “La Resistencia”. Pero incluso este “colectivo” en sus últimas intervenciones dejó a un lado la violencia (quizás por miedo a represalias legales mayores) y simplemente caminó en las marchas sin generar mayores disturbios.

Por otro lado, la gran mayoría de ciudadanos que se levantó contra el probable fraude electoral entre julio y agosto del año pasado, no generó ningún ataque a periodistas, policías o ciudadanos. Y la última marcha del 5 de marzo menos aún.

Es evidente además que, de ahora en adelante, quienes generarán una mayor violencia serán los grupos contratados por financistas oscuros del gobierno, y aquellos sectores minoritarios que están alineados con su política (informal pero descarada) de hostigamiento a la empresa o al estado de derecho: transportistas informales, sindicalistas, delincuentes que se hacen pasar por comuneros o líderes sociales, movimientos extremistas de raíces senderistas o del MRTA, entre otros.

El enfoque es sencillo: la violencia nunca se justifica, venga de quien venga, pero el ojo crítico y vigilante siempre debe estar puesto en aquel que concentra mayor poder y dinero, y hoy en día ese es el poder ejecutivo.

El Congreso hoy no es una amenaza a la democracia y si no nos gusta es porque no nos gusta mirarnos en el espejo. Porque el Congreso es eso, un espejo del Perú, un reflejo de nuestro voto, una imagen sincera y cruda de quienes somos. Quizás por eso lo odiamos tanto, generalizamos y decimos “este Congreso es un desastre” cuando en realidad deberíamos juzgar bancadas y congresistas de manera individual.

Redirijamos la mirada a quien de verdad nos está llevando por un sendero económico, institucional y político muy oscuro y ahora violento. No seamos ingenuos ni nos dejemos llevar por pugnas llenas de orgullo o envidias.

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