EDITORIAL: El empresario peruano en el 2022, por José Ignacio Beteta
Mientras algunos quieren culpar a la derecha o la izquierda de lo que nos ocurre -lo cual podría ser válido desde una perspectiva coyuntural y para lo cual se tienen suficientes excusas- los últimos días del año ya no nos piden culpar sino actuar, y exigir acción a quienes lideran el país pensando en el año que viene. Estos son días de calmada reflexión y no de apurado juicio.
El recurso podría parecer trillado, pero toca pensar y dialogar sobre qué debemos hacer el próximo año para que nos vaya mucho mejor. Y no solo eso, sino asignarle responsabilidades a cada uno de los actores y líderes del tejido social en el que estamos enhebrados. Empecemos entonces por un actor que, para nosotros es el más importante: el empresario. ¿Qué esperamos de nuestros empresarios en el 2022?
En el 2020 y 2021 muchos empresarios colaboraron generosamente con quienes más lo necesitaban, especialmente en términos sanitarios o alimenticios, donando una enorme cantidad de recursos económicos, bienes, equipos, y hasta obras de infraestructura. Este año además, tuvieron tiempo para repensar sus estrategias de compromiso con la sociedad, su rol en el debate político, y apostaron por fortalecer gremios e iniciativas de análisis y comunicación, y todo esto debe continuar. Sin embargo, en el 2022 algunos retos son más urgentes.
En primer lugar, esperamos que sigan apostando por el país. Es evidente que es difícil y hay que hacerlo con prudencia. Pero necesitamos un empresario que ame al Perú, que se quede a emprender aquí, que siga dando trabajo, construyendo futuros, dándole oportunidades a los más jóvenes, que transmita optimismo y autoestima patrio porque es la empresa privada el motor que permite que haya comida, paz, y seguridad en el hogar peruano.
Esperamos también que tomen una postura clara frente a la urgente reforma del Estado, y participen decididamente del debate sobre este tema. Su miedo a la “represalia” no puede ser más fuerte que su responsabilidad frente a un Estado cuya reforma no se puede dilatar más. Su sensibilidad frente al “qué dirán” o la corrección política no pueden ser más fuertes que su obligación de dar la cara cuando el Estado abusa de los ciudadanos, o se roba o malgasta sus impuestos. Ciertamente el Estado es quien pone las reglas de juego e incentiva que el empresario se quede. Y es evidente que el ruido político ahuyenta el capital y la inversión. Pero el Perú no puede ser un “mercado” más para nuestros empresarios. Es su hogar, es su casa, y como tal, deben quererla, cuidarla, arreglarla, y no dejar que sea tomada por saqueadores o vándalos, ni dañada por irresponsables o improvisados. Esto es lo que esperamos desde Vigilante, de nuestros empresarios, pequeños, medianos o grandes, en cualquier región del país: compromiso y valentía.